samedi 23 octobre 2010

Marc Chagall, "Le temps n'a point de rive"


Hay un cuadro. Arriba del todo se puede ver un pez. Ese pez no es un pez cualquiera. Es un pez que vuela. Tiene alas. También toca el violín. Y sobre todo, ese pez tiene escamas. Unas escamas tan brillantes y tan bonitas. Cuando se mira al cuadro sólo se ven el pez y sus escamas. Esas escamas me recuerdan otros perces, iguales de bonitos. Unos peces de un libro, un libro que me leían mis padres cuando era pequeña. El pez principal era un pez con escamas multicolores, pero multicolores con brillantinas. Brillaba por todas partes. Aquel libro era mi libro favorito. Me encantaba que me lo leyeran o leerlo por mi misma. El pez era precioso, como el pez del cuadro de Marc Chagall.
Pero el pez del cuadro no nada en el río que se puede ver más abajo en el cuadro. Está en el cielo, que tiene el mismo color que el agua. Parece que está nadando por el cielo.
Este río que se ve está partido en la mitad por el reloj que vuela también en el cielo. La parte del río que está a la izquierda del reloj se parece mucho a la vista que teníamos desde nuestro balcón en Buenos-Aires. Se parece al Río de la Plata. Se ve desde lejos, con en sus orillas casas, y nada en la desembocadura. La parte a la derecha del reloj es diferente. Se parece al Nervión. Solo le falta el puente colgante y se convierten en uno y mismo río. Un río con un puerto comercial, una zona industrial. Por la noche son iguales.

Si volvemos a la parte de abajo, al lado del río que se parece al Nervión, se pueden ver dos personas. Son un hombre y una mujer. Están abrazados. Desde lejos parece que están bailando un tango.

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